Contexto histórico
La existencia de los armenios en la estratégica región de los mares Caspio, Negro y Mediterráneo se menciona en diversas fuentes desde el siglo VI antes de Cristo. Un milenio más tarde, la mayor parte de los territorios que ocupaban fueron incorporados al Imperio Otomano, siendo incluidos en una sociedad multiétnica y multireligiosa. Si bien podían profesar su religión, su lengua y su cultura, en cambio tenían un estado de inferioridad en numerosas cuestiones.
A raíz de una serie de transformaciones operadas durante el desarrollo capitalista del imperio en el último cuarto del siglo XIX, los armenios comenzaron a cuestionar su lugar dentro del Estado otomano. Como réplica a estas impugnaciones, el sultanato implementó una drástica y sistemática represión sobre distintas comarcas habitadas por armenios en Zeitun y Sasun, entre 1894 y 1896; posteriormente, las persecuciones se extendieron a Van, Urfa y Constantinopla. El saldo de víctimas de estas masacres se estimó entre doscientos mil y trescientas mil personas.
Estos asesinatos no fueron los únicos. Esta situación sobre la población armenia tendió a agravarse en un contexto signado por la revolución encabezada por el Comité para la Unión y el Progreso (conocidos como los “Jóvenes Turcos”) y por los sucesivos fracasos en la participación turca en el conflicto de los Balcanes y en la Primera Guerra Mundial. En ese escenario el movimiento de los Jóvenes Turcos, tras el golpe de Estado de 1913, adoptó un claro sesgo nacionalista.
En esa coyuntura, por un lado, la nueva dictadura buscó implantar por la fuerza un imperio homogéneo bajo la concepción de una nación étnicamente uniforme, rechazando, negando y exterminando la presencia de otras minorías en su territorio. Por otro lado, a partir de este brutal proceso de expoliación comenzó a edificar un nuevo aparato estatal (el actual Estado turco) sobre la base de un extendido proceso de acumulación originaria de capital sobre la base de la aniquilación de poblaciones enteras y la apropiación de sus bienes.
La implementación del genocidio
En la actualidad existe una plena certeza dentro del ámbito académico internacional sobre el planificado exterminio sobre la comunidad armenia por parte de los Jóvenes Turcos. A grandes rasgos se observa que el primer objetivo fue el de masacrar a la población masculina. Como se ha mencionado en reiteradas oportunidades, el propósito de asesinar a los hombres fue tanto para evitar el nacimiento de una nueva generación de miembros como para facilitar la rápida aniquilación sobre el resto de la colectividad. En segundo lugar, en forma paralela, el gobierno arrestó a los líderes de la comunidad: clérigos, profesores, activistas políticos y comerciantes. En la noche del 24 de abril de 1915 se detuvo a más de dos mil dirigentes en Constantinopla (la actual Estambul), la mayoría de ellos fueron ejecutados de forma sumaria, sin ningún tipo de acusación y de juicio. Con el asesinato de la población masculina y de los líderes, el plan genocida pudo seguir su curso contra el resto de la colectividad en el Imperio; como lo ordenó Talaat, el Ministro del Interior de Turquía:
Mayo 15, 1915
Ha sido precedentemente comunicado que el gobierno, por orden de la Asamblea, ha decidido exterminar totalmente a los armenios que viven en Turquía. Quienes se opongan a esta orden no pueden ejercer función alguna de gobierno. Sin miramientos hacia mujeres, niños e inválidos, por trágicos que sean los medios de traslado, se debe poner fin a sus existencias.
Talaat Ministro del Interior
El documento testifica la responsabilidad del Estado turco en la planificación y ejecución del genocidio. De esta manera, el gobierno de Turquía fue el ejecutor de un plan sistemático de exterminio, desde sus más altas esferas, contra sus propios ciudadanos. Así, una vez descabezada y desmovilizada la colectividad, el plan genocida pudo seguir su curso contra el resto de la población esparcida en Anatolia y Armenia. Esta operación se hizo por medio de deportaciones masivas y aniquilando a cientos de personas. La gran mayoría de la comunidad fue forzosamente removida a través de penosas caravanas desde esos territorios a Siria y a la Mesopotamia, una gran parte de los individuos murieron de hambre y de sed en los desiertos. Además de las marchas interminables, numerosas aldeas fueran quemadas. Familias enteras fueron calcinadas dentro de sus iglesias cristianas mientras los soldados rodeaban los edificios en llamas y disparaban a los que intentaban escapar. Las mujeres y los niños fueron raptados y brutalmente abusados, al mismo tiempo que sus propiedades fueron tomadas por los gobernantes.
El régimen turco deportó entre 1916 y 1918 alrededor de dos millones de armenios hacia los desiertos del sur de la Mesopotamia; en el camino, cientos de miles murieron por inanición y por asesinatos.
Tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, comenzó a surgir un movimiento nacionalista liderado por Mustafá Kemal Atatürk con el fin de establecer la actual república de Turquía. A pesar de ello, el genocidio prosiguió con las atrocidades. El nuevo gobierno se constituyó con oficiales militares y burócratas del antiguo régimen. La adopción de medidas dictatoriales se convirtió en un mecanismo indispensable para llevar a cabo la reconstrucción nacional del Estado turco. Entre 1920 y 1922 la administración kemalista aniquiló a las pocas poblaciones que aún sobrevivían en Esmirna, Marash, Hadjin Aintab, entre otras comarcas. Al respecto, una sobreviviente nos relató:
“En una pieza dormíamos casi diez o doce chicos, de diez, doce, ocho años y había una señora vieja sentada para cuidarnos si queríamos ir al baño o si estábamos destapados para taparnos. Abre la puerta Lofner (…) y dice: ‘¿quién está despierta?’ (ruido de palmas), ‘nosotros’, nos despertamos, algunos chicos que teníamos ocho o diez años. ‘Vengan, vengan, vengan para ver por última vez los turcos cómo han puesto los fuegos’. Nos lleva al balcón. Empezó. De una orilla de Esmirna, boom, había hecho ya la llama no sé cuánto y del otro lado, otro boom, había hecho. Después, cuando nosotros llegamos, un boom que no sé cuántos metros llegó el fuego, en el medio de Esmirna. Porque Cordelió era justo enfrente de Esmirna. Justo, justo, al enfrente. Entonces, con eso veíamos a las personas en la orilla del mar, que corrían. (…) Nosotros boca abierta, vemos. (...). A la una de la mañana era eso, una y media, cuando nos despertó el alemán. Entonces ahora mi tío, el padre de Mary, vivía en Esmirna. Cuando escuchó el boom se levantó, agarró, Mary de dos años y Lucy de cuatro años y su mujer, salió a la calle. Al salir a la calle ve, había todos balcones con madera, con vidrios. Con el boom, boom, se caía todo. Era vieja también Esmirna. Y no podían pasar. Porque las maderas se quemaban. Los vidrios eran... bien calientes…”.
Es evidente que, pese al paso de los años, los recuerdos de la infancia marcaron profundamente a toda una generación que sobrevivió al genocidio y que intentó preservarlo para el conocimiento de sus descendientes.
Silencio y complicidad de los países imperialistas
Valga observar que el genocidio perpetrado durante todos esos años se hizo en abierta complicidad y con el silencio de la iglesia católica y de las potencias europeas; en particular, del Imperio Alemán, aliado a los Otomanos. Los alemanes no sólo proveyeron de armamentos a los turcos sino también hubo oficiales militares que intervinieron como observadores y participantes; entre otros, Ludwig-Maximilian Erwin Richter y Franz von Papen. Ambos, años más tarde, fueron estrechos colaboradores de Adolfo Hitler. No era casual que este último, semanas antes de invadir a Polonia y ordenar su destrucción, en agosto de 1939, pronunció su célebre alocución a sus subordinados: “¿Quién se acuerda del aniquilamiento de los armenios?”. Tampoco era fortuito que esto sucediera, el líder nazi conocía que no hubo agentes disuasivos que impidiesen la masacre cometida por los turcos; además, que no habían prosperados los juicios por esos hechos. De ese modo el genocidio armenio representó la muestra más acabada de la barbarie del capitalismo la cual prosiguió con otros asesinatos masivos como los cometidos por los nacionalsocialistas, los fascistas y el imperialismo yanqui en diversas partes del mundo.
Corresponde subrayar que el impacto del genocidio no terminó en esos años. Desde entonces, como una fase del mismo, la república de Turquía ejerció (y ejerce) una práctica negacionista sobre la masacre. Si bien se considera al negacionismo como una corriente de opinión de intelectuales y grupos políticos que discuten la magnitud de diversas masacres ocurridas en el pasado (sobre todo, la llevada a cabo por los nazis), en el caso de los turcos esta mirada se agrava, porque no es sólo un conjunto de individuos los que la niegan sino que es el propio Estado que la lleva adelante, tanto a nivel doméstico como en el ámbito internacional.
Por último, valga recordar que esta herramienta discursiva generada y utilizada por el Estado turco para el silenciamiento de su nefasto pasado ha sido acompañada por otros países que comparten y aplican similares prácticas genocidas en la actualidad como Israel y los Estados Unidos; por ende, no sorprende su silencio frente al negacionismo ejercido por Turquía, socio en su papel de gendarme en la región del Cáucaso y en Asia Menor. La negación sistemática del genocidio perpetrado hace cien años y el mutismo cómplice sólo se comprende en el marco de los actuales genocidios que se llevan a cabo sobre el pueblo palestino, entre otros.
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