22 de febrero de 1977, la cancha de Racing fue un paredón de fusilamiento. Las Fuerzas Conjuntas acribillaron a seis personas en el sector de las boleterías del estadio Presidente Perón. Nadie vio nada, nadie dijo nada nunca, hasta el año pasado. En mayo de 2016, Rafael Barone fue citado como testigo para declarar en la causa del Primer Cuerpo del Ejército por un hecho similar. Como al pasar, contó que junto a Omar Orestes Corbatta, que vivía en la pensión de Racing, vieron una noche “varias personas muertas, afuera de la cancha, con tiros. No había personal militar ni de ningún tipo”. No hubo repreguntas en sede judicial sobre el relato Barone. Sólo el reflejo de su testimonio en el libro “Corbatta, el wing”, donde el periodista Alejandro Wall retrata la vida del crack.
A Barone le encanta hablar y tiene mil historias fascinantes para contar. Pero de esto no había hablado nunca. Ni siquiera con Corbatta. “Al otro día ni comentamos. ¿Qué íbamos a comentar? En ese tiempo era prohibido comentar las cosas”, dice hoy.
Las Fuerzas Conjuntas, sin embargo, sí cumplieron en informar. Un acta elevada por Jorge Héctor San Félix, jefe de la Sección Regional Lanús de la DIPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires) narra: “Que en el día de la fecha, siendo aproximadamente las 01.40 horas, en circunstancias que fuerzas conjuntas recorrían la zona de Avellaneda, al llegar a la calle Colón, entre Alsina e Italia de ése medio, observan que varias personas se hallaban pintando leyendas subversivas, referentes al grupo autodenominado ‘Montoneros’ en las paredes del estadio de Racing Club, allí ubicado. Que al impartírseles la voz de detención, los individuos contestaron con un cerrado fuego de armas automáticas, siendo apoyados por los ocupantes de tres automóviles que se hallaban en las inmediaciones. Que de inmediato es repelida la agresión por las fuerzas orden, entablándose un nutrido tiroteo, por espacio de treinta minutos, y que deja como saldo, seis de los delincuentes extremistas muertos, mientras los restantes en número de seis, se dan a la fuga en tres automóviles con las siguientes características: un Peugeot 504 de color oscuro, otro mediando de color rojo, del cual se ignora marca y un Chevrolet 400, de color gris oscuro, cuyos ocupantes cubren su retirada a balazos. En el lugar se secuestró una ametralladora sistema “Pam”, con dos cargadores, una pistola calibre 45 mm, con marca y número limados, dos revólveres calibre 38 y tres granadas de guerra sin detonar, además un tarro de pintura negra y pincel. Que entre las fuerzas regulares no se produjeron bajas ni heridos. Que respecto a los extremistas abatidos, trátase de cuatro N.N. masculinos y dos N.N. femeninos, siendo tres de los masculinos muy jóvenes, de una edad que oscila entre los 18 y 22 años de edad y el cuarto de unos 45 años, y en cuanto a las mujeres, ambas muy jóvenes, también de unos 18 a 24 años de edad. Procúrase identificación.” (sic).
Los enfrentamientos inventados para blanquear los muertos de la dictadura fueron moneda corriente por entonces, tanto en las fuerzas represivas como en los medios de comunicación. Si bien es notable el uso de adjetivos y la intención de verosimilitud en cuestiones incomprobables –si alguien hubiese querido comprobar algo– la trama del relato se vuelve endeble en un dato que se repite en los fusilamientos disfrazados y que los militares no tuvieron siquiera la intención de ocultar: murieron todos los “elementos subversivos” y de su parte, ni un rasguño.
No existió la misma prolijidad en registrar las muertes. Si bien hay actas de defunción de Lanús –donde la misma tarde del 22 de febrero Ramón Camps encabezó un acto para “honrar a los agentes y a los caídos en cumplimiento de su deber”– no se asienta el ingreso de los cuerpos en el Cementerio de Avellaneda. Esto no es raro porque el sector 134, creado durante la dictadura, estuvo siempre bajo absoluto control policial, con entrada exclusiva y personal propio que anotaba los ingresos de NN según su antojo. De ese sector, sin ningún tipo de estructura más que paredes para encerrar la fosa común, el Equipo Argentino de Antropología Forense exhumó, entre 1988 y 1992, un total de 336 esqueletos. Restan muchísimos por identificar.
Era una práctica sistemática simular traslados de detenidos desaparecidos desde los centros clandestinos de detención, para matarlos. A pocas cuadras de la cancha de Racing, estaba la Brigada de Investigaciones de Lanús, hoy Espacio de la Memoria de la Municipalidad de Avellaneda, conocido como “El Infierno”. Fue un centro clandestino de detención, tortura y exterminio que funcionó entre 1976 y 1978 y desde el cual se efectuaban los famosos “traslados”, según sobrevivientes. Es probable que los fusilados hayan ido del Infierno a Racing.
No queda nadie en el club que pueda decir si vio impactos de balas en las paredes de las boleterías, en las de enfrente o dónde. Tampoco hay registros del personal ni demasiada información de esa época. De hecho, no es muy conocida la historia de la desaparición de Horacio Rodríguez Larreta (padre), presidente de Racing por ese entonces. Fue secuestrado por las mismas fuerzas conjuntas en el invierno de 1977, junto al Tuco Paz –que había sido canciller de Perón– y al periodista Mariano Montemayor. Todo fue un “error” de los militares que descubrieron algún vínculo entre Rodríguez Larreta y David Graiver y creyeron que el presidente de Racing podría estar vinculado a Montoneros. Estuvo tres días en el Pozo de Banfield, presenciando sesiones de tortura a Lidia Papaleo de Graiver, hasta que el propio Camps le pidió “disculpas” y lo legalizaron por unas horas, antes de dejarlo en libertad justo para que su ausencia no fuera pública y notoria.
Cuarenta años después, con un solo testigo del hecho ya consumado y sin más datos precisos, parece imposible la identificación de los fusilados en Racing. Las dos mujeres eran jóvenes y tres de los hombres también, como la mayoría de los 30.000. Pero hay un hombre de 45 años, aproximadamente, según el acta policial. El porcentaje de desaparecidos de esa edad es muy bajo. Tal vez esté ahí la clave para identificar al primero de los fusilados en Racing. Tal vez, esa identificación abriría otros caminos para seguir encontrando.
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