Las condiciones de la Revolución
En 1917 Rusia era un país quebrado. El gobierno se había embarcado en la I Guerra Mundial, una matanza que costó la vida a 2 millones de rusos. Los soldados no querían ir al frente. La economía estaba destruida; incluso para comprar pan había que hacer largas colas a la interperie. La tensión era extrema y la Revolución estalló por la propia iniciativa de la población. No es que fueran muy “políticamente conscientes”, sino que la situación pedía a gritos un cambio radical.
El capitalismo moderno se encuentra en crisis. Durante los últimos años la gente trabajadora hemos perdido derechos. La desigualdad aumenta y la precariedad se extiende. Fenómenos como Trump o las guerras en Oriente Medio no auguran un horizonte de estabilidad. A medio plazo, nos encaminamos a un verdadero colapso sistémico, producto del agotamiento de recursos naturales y de la destrucción a gran escala de la naturaleza. Que en los últimos lustros no hayamos visto revoluciones en Europa Occidental no significa que ya no vaya a haber más. El capitalismo global no se encamina a una época de progreso, sino de destrucción. Inevitablemente habrá resistencias crecientes.
El papel de la clase obrera
Durante la Revolución Rusa la clase obrera jugó un papel dirigente. Fue el sector social que encauzó toda la frustración de la sociedad, especialmente de los soldados y campesinos. Esto a pesar de que eran una pequeña minoría. Pero su gran fuerza residía en que tenía en sus manos el funcionamiento de los centros industriales de los que depende la economía. Y sobre todo a que por su concentración social, los movimientos políticos eran incisivos, inminentes y profundos. La revolución comenzó por las obreras textiles y se extendió por las barriadas obreras. Los soviets obreros eran los más “rojos” y la toma del poder saltó de las capitales a las provincias.
Hoy en día la clase obrera ha cambiado su fisionomía, pero mantiene sus rasgos característicos. La economía depende de ella: una huelga general suficientemente profunda tiene la capacidad de paralizar un país. A pesar de que muchos grandes centros industriales se hayan desplazado a otros países, el grado de “proletarización social” ha crecido. Es decir, la población asalariada es proporcionalmente ahora más grande que entonces. Las ciudades agrupan en un mayor grado a la población trabajadora, de manera aún más concentrada.
El régimen y la auto-organización.
La Revolución Rusa, tras expulsar al Zar, inauguró una época en la que dos formaciones políticas convivían. El Parlamento y su gobierno por un lado, los soviets (consejos) por otro. A pesar de que el Parlamento recogió un verdadero entusiasmo popular tras la larga autocracia, incumplió todas las promesas de cambio. Su legitimidad iba menguando. Los Soviets tenían un sistema de elección directa desde abajo, con diferentes candidaturas en competencia simétrica. Los cargos eran revocables. La primera época del gobierno soviético fue el periodo de mayor democracia conocida. Sólo tras la ruptura con el Parlamento y la llegada al poder de los soviets fue posible acometer las medidas más elementales sociales y democráticas que la población exigía.
Los políticos contemporáneos son intocables. Sólo cada 4 años podemos votar. Y las elecciones están “trucadas”: los grandes partidos tienen el apoyo de grandes fortunas financieras mientras que las otras candidaturas no pueden ni aparecer unos segundos en televisión. El reparto de escaños está deformado para restar fuerza a las zonas de gran concentración obrera. Incluso si un gobierno “de izquierda” saliera elegido, la legalidad institucional impide afrontar grandes cambios. Tsipras en Grecia es el mejor ejemplo de un gobierno “de izquierda” maniatado.
¿Reforma o Revolución?
Frente al estallido de la Revolución Rusa los “socialistas moderados” se comprometieron con la defensa del Parlamento y su gobierno. Para ellos, tomar medidas “radicales” era imposible. Pero, ¿qué había más “radical” que sus propias políticas? Enviar a los soldados a una verdadera carnicería, hacer pasar hambre a la población… Finalmente, incluso así la reacción trató de dar un golpe militar. El partido bolchevique era muy minoritario pero con reconocidos activistas que habían liderado muchas huelgas y luchas bajo el zarismo y durante la Revolución. Aunque al principio eran rechazados, a medida que la población se frustraba con el gobierno, le prestaba más oído a lo que decían Lenin y los suyos. Al final, terminaron ganando la mayoría en los Soviets, siendo Trotsky elegido Presidente del de la capital.
Hoy en día vemos como la izquierda centra su actuación en tratar de ganar parlamentarios, aceptando las “normas del juego”. Cuando llegan a gobernar, las promesas se diluyen. Carmena llegó al ayuntamiento de Madrid con la remunicipalización de los servicios y el freno a los desahucios como lemas centrales, pero a día de hoy no ha cambiado demasiado al respecto. Las organizaciones revolucionarias son hoy muy minoritarias, pero siendo vanguardia de las luchas que se desarrollan, tendrán oportunidades para crecer.
¿La Revolución ya se mostró imposible?
Bajo el gobierno de Stalin, la Unión Soviética se convirtió en una férrea dictadura donde la desigualdad social volvía a crecer. No es extraño que los burócratas terminaran restaurando el capitalismo. Stalin y su régimen no fueron la evolución “natural” de la Revolución. Entre esos dos periodos hay un verdadero río de sangre. Varias potencias mundiales invadieron Rusia, destruyendo el sistema soviético en las zonas que conquistaban y hundiendo aún más la economía del país. Stalin también contribuyó exterminando a los revolucionarios que habían encabezado la Revolución. Los números son evidentes: de los 25 miembros de la dirección de los bolcheviques, sólo 3 sobrevivieron a la guerra civil y a las purgas.
La historia pudo ser de otra manera. Si la Revolución hubiera conseguido extenderse hubiera contrarrestado el aislamiento económico y los ataques militares. Pero en el resto de países las revoluciones fueron derrotadas. En el futuro cualquier posible revolución con seguridad sufrirá los mismos ataques. Por eso es vital organizarnos en una Internacional revolucionaria que actúe en todos los continentes. En el mundo global actual las sacudidas revolucionarias suelen extenderse como una mecha. La “Primavera Árabe” es un ejemplo reciente de eso.
Para cerrar este artículo, una película:
En 1917 Rusia era un país quebrado. El gobierno se había embarcado en la I Guerra Mundial, una matanza que costó la vida a 2 millones de rusos. Los soldados no querían ir al frente. La economía estaba destruida; incluso para comprar pan había que hacer largas colas a la interperie. La tensión era extrema y la Revolución estalló por la propia iniciativa de la población. No es que fueran muy “políticamente conscientes”, sino que la situación pedía a gritos un cambio radical.
El capitalismo moderno se encuentra en crisis. Durante los últimos años la gente trabajadora hemos perdido derechos. La desigualdad aumenta y la precariedad se extiende. Fenómenos como Trump o las guerras en Oriente Medio no auguran un horizonte de estabilidad. A medio plazo, nos encaminamos a un verdadero colapso sistémico, producto del agotamiento de recursos naturales y de la destrucción a gran escala de la naturaleza. Que en los últimos lustros no hayamos visto revoluciones en Europa Occidental no significa que ya no vaya a haber más. El capitalismo global no se encamina a una época de progreso, sino de destrucción. Inevitablemente habrá resistencias crecientes.
El papel de la clase obrera
Durante la Revolución Rusa la clase obrera jugó un papel dirigente. Fue el sector social que encauzó toda la frustración de la sociedad, especialmente de los soldados y campesinos. Esto a pesar de que eran una pequeña minoría. Pero su gran fuerza residía en que tenía en sus manos el funcionamiento de los centros industriales de los que depende la economía. Y sobre todo a que por su concentración social, los movimientos políticos eran incisivos, inminentes y profundos. La revolución comenzó por las obreras textiles y se extendió por las barriadas obreras. Los soviets obreros eran los más “rojos” y la toma del poder saltó de las capitales a las provincias.
Hoy en día la clase obrera ha cambiado su fisionomía, pero mantiene sus rasgos característicos. La economía depende de ella: una huelga general suficientemente profunda tiene la capacidad de paralizar un país. A pesar de que muchos grandes centros industriales se hayan desplazado a otros países, el grado de “proletarización social” ha crecido. Es decir, la población asalariada es proporcionalmente ahora más grande que entonces. Las ciudades agrupan en un mayor grado a la población trabajadora, de manera aún más concentrada.
El régimen y la auto-organización.
La Revolución Rusa, tras expulsar al Zar, inauguró una época en la que dos formaciones políticas convivían. El Parlamento y su gobierno por un lado, los soviets (consejos) por otro. A pesar de que el Parlamento recogió un verdadero entusiasmo popular tras la larga autocracia, incumplió todas las promesas de cambio. Su legitimidad iba menguando. Los Soviets tenían un sistema de elección directa desde abajo, con diferentes candidaturas en competencia simétrica. Los cargos eran revocables. La primera época del gobierno soviético fue el periodo de mayor democracia conocida. Sólo tras la ruptura con el Parlamento y la llegada al poder de los soviets fue posible acometer las medidas más elementales sociales y democráticas que la población exigía.
Los políticos contemporáneos son intocables. Sólo cada 4 años podemos votar. Y las elecciones están “trucadas”: los grandes partidos tienen el apoyo de grandes fortunas financieras mientras que las otras candidaturas no pueden ni aparecer unos segundos en televisión. El reparto de escaños está deformado para restar fuerza a las zonas de gran concentración obrera. Incluso si un gobierno “de izquierda” saliera elegido, la legalidad institucional impide afrontar grandes cambios. Tsipras en Grecia es el mejor ejemplo de un gobierno “de izquierda” maniatado.
¿Reforma o Revolución?
Frente al estallido de la Revolución Rusa los “socialistas moderados” se comprometieron con la defensa del Parlamento y su gobierno. Para ellos, tomar medidas “radicales” era imposible. Pero, ¿qué había más “radical” que sus propias políticas? Enviar a los soldados a una verdadera carnicería, hacer pasar hambre a la población… Finalmente, incluso así la reacción trató de dar un golpe militar. El partido bolchevique era muy minoritario pero con reconocidos activistas que habían liderado muchas huelgas y luchas bajo el zarismo y durante la Revolución. Aunque al principio eran rechazados, a medida que la población se frustraba con el gobierno, le prestaba más oído a lo que decían Lenin y los suyos. Al final, terminaron ganando la mayoría en los Soviets, siendo Trotsky elegido Presidente del de la capital.
Hoy en día vemos como la izquierda centra su actuación en tratar de ganar parlamentarios, aceptando las “normas del juego”. Cuando llegan a gobernar, las promesas se diluyen. Carmena llegó al ayuntamiento de Madrid con la remunicipalización de los servicios y el freno a los desahucios como lemas centrales, pero a día de hoy no ha cambiado demasiado al respecto. Las organizaciones revolucionarias son hoy muy minoritarias, pero siendo vanguardia de las luchas que se desarrollan, tendrán oportunidades para crecer.
¿La Revolución ya se mostró imposible?
Bajo el gobierno de Stalin, la Unión Soviética se convirtió en una férrea dictadura donde la desigualdad social volvía a crecer. No es extraño que los burócratas terminaran restaurando el capitalismo. Stalin y su régimen no fueron la evolución “natural” de la Revolución. Entre esos dos periodos hay un verdadero río de sangre. Varias potencias mundiales invadieron Rusia, destruyendo el sistema soviético en las zonas que conquistaban y hundiendo aún más la economía del país. Stalin también contribuyó exterminando a los revolucionarios que habían encabezado la Revolución. Los números son evidentes: de los 25 miembros de la dirección de los bolcheviques, sólo 3 sobrevivieron a la guerra civil y a las purgas.
La historia pudo ser de otra manera. Si la Revolución hubiera conseguido extenderse hubiera contrarrestado el aislamiento económico y los ataques militares. Pero en el resto de países las revoluciones fueron derrotadas. En el futuro cualquier posible revolución con seguridad sufrirá los mismos ataques. Por eso es vital organizarnos en una Internacional revolucionaria que actúe en todos los continentes. En el mundo global actual las sacudidas revolucionarias suelen extenderse como una mecha. La “Primavera Árabe” es un ejemplo reciente de eso.
100 años después de la Revolución Rusa pensamos que la estrategia revolucionaria sigue vigente. Las revoluciones venideras no serán iguales a las pasadas, con seguridad. Pero estudiar a los bolcheviques es una necesidad para construir la Revolución en el Siglo XXI.
Octubre (Okjabr) dirigida por Sergei Eisenstein en 1928 es una verdadera obra épica que reproduce los hechos acontecidos durante la revolución bolchevique de Octubre de 1917. Una película que, rodada con motivo del décimo aniversario de la revolución, a pesar de no esconder su apoyo a la revolución rusa trata de mantener una visión objetiva de los hechos.
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