Anoche
volví a París desde Argel. Sólo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles
coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé
irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin
querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los
mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. Entonces
me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste
recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo veas otra vez
antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que
pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando
algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir
lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente.
La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de
las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo
insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que el silencio, hasta
quién sabe cuándo; si te envié ese texto fue porque eras tú quien me lo pedía,
y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en
París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras
para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como si uno pudiera sacarse las palabras
del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y
caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Lisandro me perdonará mi
silencio, o lo entenderá mal, no me importa; en todo caso tú sabrás lo que
siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina
donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño
para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para
poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una
organización internacional. Y todo esto que te cuento también me avergüenza
porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me
siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el
cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti
y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo
único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un
poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos.
CHE
Yo tuve un hermano.
No nos vimos nunca
Pero no
importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
Ya nos
escribiremos. Abraza mucho a Adelaida.
Hasta siempre,
Julio
Fuente:
Julio Cortázar, Cartas 1964-1968,
Edición a cargo de Aurora Bernárdez, Tomo 2, Alfaguara / Biblioteca Cortázar,
2000.
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